Roquefort
Fabricado en Roquefort, pequeña comuna situada en el
Aveyron, este queso se elabora exclusivamente con leche
de cabra. Su pasta, que tiene cierta semejanza con el
cabrales, presenta unos mohos internos de color azul
debidos a un hongo, el penycillium glaucum; éste se
agrega al cuajo una vez escurrido, en el momento de
ponerlo en el molde. Un buen roquefort debe presentar
una corteza gris y una pasta grasa, amarillenta, veteada
regularmente de azul. La mejor estación para comer este
queso se sitúa entre noviembre y mayo.
Roscón
Se da el nombre de rosco, rosca o roscón a ciertos
bollos redondos, de mayor o menor tamaño, que tienen
forma de círculo u óvalo y, en medio, un espacio vacío.
Probablemente, el más conocido entre estos dulces sea el
roscón de Reyes. Tradicionalmente, la comida del día de
la Epifanía culmina con el pastel o roscón de Reyes, que
contiene un haba -sustituida hoy, con frecuencia, por
pequeños objetos de variadísimas formas, como un anillo,
una moneda o cualquier figurita de porcelana, a los que
se denomina "sorpresa"-, la cual asegura buena fortuna o
infunde una efímera realeza, en la fiesta familiar, a
quien la encuentra.
Roseta (de maíz)
Se llaman rosetas los granos de maíz que al tostarse se
abren en forma de flor. Son también conocidas las
rosetas por el nombre de palomitas de maíz. Con estas
rosetas de maíz, cocidas con miel, se elabora, en la
región valenciana, un turrón al que se denomina también
"turrón de gato".
Rosquilla
Dulce típicamente madrileño, compuesto por una masa en
forma de pequeño rosco.
Está presente en la tradición popular de Madrid desde
antiguo y va ligada a la festividad de San Isidro,
patrón de la capital. Las célebres "rosquillas del
Santo" son de tres clases: las "tontas", a cuya masa, de
harina, azúcar, aceite, huevos, aguardiente, canela y
anís, no se añaden otros ingredientes; las "de
Fuenlabrada", o "de yema"; y las "de la verdadera tía
Javiera", llamadas también de Villarejo de Salvanés",
que están recubiertas con glasa de azúcar o baño blanco.
Probablemente, las rosquillas más populares sean estas
últimas, que después de cocidas y frías se ensartan en
hilo blanco y grueso formado ristras de doce que se van
sumergiendo —para sacarlas rápidamente y colgarlas a fin
de que se sequen-en un perol de agua muy cargada de
azúcar y con unas gotas de aguardiente seco de chinchón.
Al secarse, las rosquillas quedarán con unos apetitosos
churretes, algo translúcidos y escarchados, que suelen
adherirlas entre sí y constituyen, con el sabor, su
inconfundible característica.
Joaquín de Entrambasaguas dice que lo castizo es
comerlas, tras haberles quitado los hilos que suelen
quedar pegados, bebiendo tras cada una de ellas un
vasito de vino blanco de Arganda o de rancio del llamado
de Getafe, los cuales ablandan su sequedad.
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